viernes, 1 de agosto de 2014

Helena

Acaso la belleza esté reñida
con la perfección y sólo habita
en la posibilidad dialéctica,
en la oposición, en el conflicto,
como la manzana de la discordia.



La extraña relación que ha querido verse entre ética y estética. La trabazón neoplatónica entre Bien, Belleza y Verdad. La jerarquización de valores en criterios ya sociales, ya morales, ya económicos. Quisieran verse como causa o consecuencia de la constante disputa humana. 
Afrodita con su erotismo. Atenea y la intelectualidad utilitaria, práctica, estratégica. La indefinida feminidad de Hera. No es esa la discordia, sino la trágica armonía divina que en términos humanos se traduce en una interminable guerra de Troya. A nivel social está claro. A nivel personal cada cual con su fanatismo (siempre elija a Afrodita a pesar de las máscaras).
No está narrado el mito en el que la manzana es para Atenea. No está narrado el mito en el que la manzana es para Hera. 
Zeus quiso evitar su propia decadencia y casó a Tetis con Peleo. La boda, pues, fue el sucedáneo de la que hubiera sido la auténtica boda (no está narrada la boda entre Zeus y Hera). En esa boda se comete el error de evitar la discordia buscando la boda perfecta. Y de ahí hasta la Guerra de Troya, triunfo definitivo de las diosas modernas (Hera, Atenea) olímpicas, griegas, frente a las diosas antiguas (Afrodita, Tetis).
A nivel de significantes, concordia y discordia quedaría en la relación entre entre lo hermoso y lo más hermoso (kalós y kalistos). No sólo lo más hermoso, sino el Bien mejor, lo más verdadero. Fanatismos egoístas del fantasma de belleza.

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