miércoles, 11 de junio de 2014

PROMETEO Y EL ROBO DEL FUEGO (4/5): Prometeo en la dialéctica de la libertad

PROMETEO EN LA DIALÉCTICA DE LA LIBERTAD

El primer dios griego era Océano. Esta divinidad es semejante a la divinidad primigenia egipcia como un revuelto de aguas sin límite; un río turbulento sin orillas, ni principio, ni fin.  Posteriormente, tal vez por razonamientos más profundos, esta noción se perfiló en la figura de Caos (lo indefinido). Pero esta idea divina del agua pervive en el pensamiento griego: los tres reyes olímpicos sitúan los tres lugares del agua: el cielo, el mar y el subsuelo; el primer filósofo, Tales de Mileto, aún usó el agua como metáfora de su idea física.
Posteriormente, esta idea de caos es sustituida por una dialéctica de opuestos: Urano y Gea, el cielo y la tierra, lo superior y lo inferior, lo formal y lo material, el ser y el no ser, “a” y “no-a”... la ley y el caos (siendo ya el caos algo distinto de esa indeterminación que era Caos u Océano). Podríamos decir que es como la oposición tan popular entre el agua y el fuego (ambos elementos caóticos).
Tanto en la relación de Urano y Gea, como en Crono y Rea, como en Zeus y sus edades del hombre, la dialéctica es siempre creativa, pero esa creatividad no se cumple mientras el hijo no se rebele contra el  padre. En esa rebelión, la creación se ejecuta (en sus dos sentidos): lo creado pasa a ser creador. Esto es lo que Prometeo posibilita en el caso de Zeus.
Pero ¿cómo es posible la rebelión? Si la ley es Ley, no puede dar lugar al incumplimiento. La ley de la Gravedad ha de funcionar en todos los casos. Por tanto, cualquier creación queda asfixiada por la propia ley, como sucede en el mito de las edades del hombre o en los antepasados de los dioses olímpicos. La ley misma ha de tener dentro de sí la posibilidad del incumplimiento (hecha la ley, hecha la trampa). La ley, digamos, se sacrifica a sí misma. La ley no es total, sino que está castrada, y es con esa castración como permite que germine su fertilidad (esta imagen paradójica de los griegos es genial, y la sangre de los genitales de Urano sobre el océano dando lugar a Afrodita, el deseo... y sobre la tierra las Furias, la culpa).

Y una vez más, Prometeo se sitúa en relación al mito del sacrificio. ¿Qué debe sacrificar el hombre de sí mismo, para no ser un dios? Lo divino es inapelable, mientras que lo humano es libre. Dios es la Ley, mientras el hombre representa el libre albedrío. Mientras el hombre se tenga por un ser completo como un Dios, no puede ser libre. Para ser libre, el pensamiento del hombre ha de estar castrado. Hay que hacer un sacrificio. Hay que sacrificar el sentido de totalidad, de completud.
Cuando Prometeo nos da su lección sobre el sacrificio, percibimos la primera consecuencia. Prometeo nos dice: “los dioses no son perfectos, sino fáciles de engañar”. Es como decir: “pues papá no era tan sabio ni tan fuerte... se equivocaba” o “mamá no nos cuidaba tanto, sino nos debilita; no nos alimenta, sino nos devora, aunque no tanto”. Y es como decir: “Yo no soy perfecto, yo no soy un dios; en realidad no comprendo la realidad, soy un hombre torpe”. Se nos cae nuestra divinidad, comprendemos nuestras debilidades, comprendemos nuestras incapacidades, comprendemos las posibilidades e imposibilidades de nuestros ideales.
Esa comprensión es el fuego mismo. “Si pruebas la fruta del árbol de la ciencia del bien y del mal, verás lo mismo que Él”, es decir, “tendrás el fuego de los dioses”. Es decir: no sólo no hay paraíso, sino que lo que nos espera es el diluvio (y no olvidemos la fácil relación entre el mito del árbol y el de Pandora, la esposa del hermano de Prometeo... si es que estos griegos no daban puntadas sin hilo).
La nueva humanidad de los griegos (no tanto la del  relato judío) está salvaguardada por el amor entre Deucalión y Pirra. Ese nuevo concepto, el amor, es lo que posibilita, en último término, la libertad.
Sin embargo, Prometeo es castigado. El agente de la libertad queda encadenado a las montañas, al límite de la tierra (al límite de Océano). Su cuerpo es torturado por el águila de Zeus. Gran imagen de la libertad humana. Fácilmente se asocia al alma encadenada al cuerpo. El cuerpo siempre está al límite del caos, naciendo y muriendo, siendo agua y siendo fuego... El hombre, con su libertad, está preso en su cuerpo, sufriente y obediente a los dioses.
Una vez más, los griegos desarrollan el mito de la liberación con Prometeo. Prometeo es ahora el hombre libre encadenado al cuerpo, a lo material. Es decir, es reescribir el esquema anterior: lo corporal es lo divino, frente lo humano que es otra cosa. Esa otra cosa debe ser liberada. La libertad en potencia que encierra el hombre, está coartada por el cuerpo y por lo material.
Heracles representa aquí el esfuerzo de liberación. Heracles, hijo de Zeus, pero odiado por Hera, ha heredado la fuerza brutal de la ley, pero le falta la capacidad de amor. Sus trabajos relatan el esfuerzo purificador para ser digno del amor de Hera. No olvidemos: Heracles es castigado por matar a su mujer y a sus hijos, como Crono. Cuando Heracles pasa su última prueba, es decir, sacrifica su cuerpo abrasado por la pasión, se ejecuta en el relato el sacrificio del cuerpo en pro de un amor distinto a la ley divina, que había estado siempre ausente (paradójicamente, es entonces cuando se le convierte en dios).
Heracles, el que se ha ganado el amor de Hera, el que se ha ganado la libertad, es el que salva a Prometeo. Pero siempre es desde un sentido de renuncia, no es de escapada. La renuncia de Heracles es lo que salva a Teseo y es lo que salva a Prometeo. También la renuncia de Quirón devuelve la inmortalidad a Prometeo.
Hay en la idea de libertad, cierta asunción del caos. Asumir la muerte a través del amor es la única manera de liberarnos de ella, la muerte, la Ley.

(Diciembre 2011)

No hay comentarios:

Publicar un comentario