viernes, 8 de agosto de 2014

Amantes y amados

Zeus:
Es amante. En el caso de Europa, adopta una posición de pseudo-amado (toro manso, se deja acariciar). Europa era una niña en posición de amada, mimada, protegida, ¿consentida?; pero Zeus la convierte en amante, y entonces la rapta en una relación de dos amantes: la civilización que surge de Europa será la civilización del toro Minos.
Amado: estable en la posición propia.
Amante: trabajo de transformación propia y del objeto amado para hacer posible el amor. Otorga a los futuros objetos amados (hijos) los atributos del amor original (toro) –esto podría ser también en posición de amado, como tributo para ganarse el amor del dios–.

Apolo:
Sus primeras aventuras (Pitón, orgullo...) lo presentan en posición de amado. Con Dafne, parece tener posición de amante (no estoy seguro); Dafne podría huir de esa posición excepcional de amante, obsesivo, perseguidor... pero ella, en posición de amada (amada exclusivamente por el padre-río) ¿no se sentiría complacida por el amor de Apolo? ¿Puede la posición de Dafne, de completa amada, no permitir el acceso de otro amor? Si Apolo fuera amante, conocería la posición de Dafne, la respetaría, trabajaría con ella para transformarla, antes de que se dejara enleñecer por el padre-río.
Hemos de deducir que en este mito, Apolo, con su frustración, podría haber aprendido el juego de amante amado. ¿Por qué? Los atributos de Apolo son de amante: dador de luz, dador enfermedades, impulsor de la razón, el conocimiento, la verdad, el arte, la belleza. Apolo proporciona aquello que puede hacer que los hombres amen en posición de amantes. El laurel, en cambio, es el emblema de los triunfadores, aquellos que corren peligro de caer en una posición de amados tan dura como la de Dafne. El mensaje del Laurel sería ambiguo: “tu victoria es irreal, como la de Apolo con Dafne” (= lo que has conseguido tal vez no haya sido por ser un verdadero amante), “tu victoria te otorga el objeto de deseo de Apolo” (= eres digno de ser amante); ¿solía acompañarse de veras por el mensaje “recuerda que sólo eres un hombre”? (= recuerda que has de ser amante y no amado); sin embargo, el laurel es como la última prueba del vencedor (= después de triunfar, ahora vence la tentación de quedarte como amado).
Ironía: Si con la transformación en laurel, Dafne pretendía ser amada exclusivamente por su padre-río; Apolo consigue que el laurel sea amado por todos los que compiten por ser amados, o compiten por ser los mejores amantes; en cualquier caso, la convierte en el objeto de amor de todos los que tienen algo que ver con el amor de Apolo.
Amado: lucha por la victoria y la primacía. ¡Intocable! (Igual a Artemis)
Amante: trabaja por que el otro venza, otorga a lo amado los atributos que le permitan vencer, ser verdadero y hermoso. Entrega.

Aquiles:

Su historia es una ambivalencia entre el que ha nacido para ser amante, pero su elección es ser amado. Así, su destino lo pone en una disyuntiva: amar y morir joven (y ser amado eternamente) o ser amado y morir anciano (pero no ser amado por la posteridad). Aquiles no puede ver en la segunda opción una oportunidad para ser amante. Él ama por obligación para luego ser amado eternamente. Aún así, se disfraza de amado para no tener que amar (pero Ulises descubre su verdadera condición: no sólo es capaz de quedarse siendo amado un tiempo, sino que está dispuesto a luchar por ser amado eternamente). La Ilíada lo sitúa claramente en su posición de amado: el asunto de Briseida* lo devuelve al estado original. Es precisamente la relación entre su amante-amado Patroclo y su enemigo Héctor quien lo devuelve a posición de amante: ama a Patroclo a través de la venganza, y ama a Héctor a través de su odio. Pero obsérvese que Aquiles no trabaja su amor en vida, sino que es en la muerte de Patroclo cuando lucha por él, y en la muerte de Héctor cuando lo trabaja (hace de él un arado).
* Obsérvese que la peste mandada por Apolo por Briseida, que debe ser devuelta a su padre, es un asunto parecido al de Dafne y su padre-río. Briseida, en cambio, pasa a ser como un laurel emblema del campeón.
Amado: Demandante de atributos. Hacer de la postura de amante algo pasajero para ser amado.
Amante: Insistencia en la necesidad de que algo sea amado-odiado. La muerte no destruye el amor.


Ulises:
Ulises, en la Odisea, está rodeado o en sucesión de pasajes que deberían trabajar su amor: hacerlo amante. Pero en todos ellos no parece demostrar amor ni a sus compañeros, ni a sus amantes, ni a su hijo, ni a su esposa, ni verdadero odio a los pretendientes. Todo lo hace por intercesión de Atenea, es decir, es un calculador. Su proyecto es la eficacia. Poseidón es un maestro de matemáticas dictando problemas y Atenea una chivata que mima a su hijo.
Los marineros se dejan matar por Ulises. Si no abandonan el barco a las primeras de canto ¿es que aman a Ulises? Los feacios escuchan el relato de un pirata sin escrúpulos, ¿cómo es posible que Alcínoo no lo expulse al saber de tanta fechoría –y tanta princesa enamorada–? ¿Realmente es que lo aman? Telémaco –al que le gusta mirar a los pretendientes a pesar de sus maldades– abandona a su madre y viaja en busca de su padre; luego, un vagabundo cualquiera le dice que es su padre y se lo cree, tras confundirlo con un dios; incluso recrimina a su madre que no se rinda de amor ante el “retornado” Ulises; ¿qué tipo de hijo es este? Lo de Penélope no tiene nombre (“pero tu corazón ha sido siempre más duro que una piedra” = σοὶ δ’ αίεὶ κραδίη στερεωτέρη  έστὶ λίθοιο). En fin, en los personajes no brotan las emociones propias de sus aventuras... todo es un entramado narrativo; si bien, toda la narración es un baile de objetos de deseo. Es como un ¡capullos! ¿cómo podéis ser tan amados y no aprender a ser amantes? Homero nos insulta con su Odisea; y nosotros, incautos, nos enamoramos de Homero. Pero no hemos aprendido aún a amar a Homero de verdad. Hay, pues, un problema no resuelto, pendiente de resolución en la Odisea.
Amado: cualquier cosa es amada; si no, no sería (fácil: no entraría en la narración).
Amante: ignorante cuya ignorancia produce saber y amor, a los que sólo puede acceder de forma indirecta, entregado –devuelto– por el otro (que no tiene por qué).

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