POMETEO, EL HIJO REBELDE
Una de las claves de Prometeo es que no acata la ley del padre. Según nos posicionemos a favor del hijo o a favor del padre, haremos una lectura u otra.
Si entendemos que el padre, Zeus, es la ley, todo esfuerzo por separarse es pecaminoso. En definitiva no deja de ser una incomprensión de la ley, con fatales consecuencias. Por ejemplo: si partimos de la Ley de Gravitación, no tenerla en cuenta o desconocerla puede facilitar un momento de vuelo, pero a la larga ese movimiento está abocado al desastre, la caída. El movimiento no ha de ser contrario a la ley (desconocimiento) sino junto a la ley (conocimiento), lo que permitirá no solo el vuelo y el aterrizaje, sino la exploración de nuevos mundos.
En este sentido, Prometeo es como Lucifer (una vez más, la luz), no soporta la imposición de la ley. En el mito, intenta timar a Zeus dándole la parte peor a los dioses. Se parece a los dioses “embusteros” de los mitos africanos y americanos, o al malvado Loki de la mitología nórdica. La consecuencia es nefasta. Intentar engañar a los dioses con respecto a cuál es la parte del cuerpo más valiosa acarrea debilidad, enfermedad, frío... Si la alimentación está distorsionada el cuerpo se debilita, lógico. Zeus actúa aquí de un modo muy agustiniano: castiga dejándose engañar. Siempre es mejor una ley ligada al conocimiento.
Para eludir el castigo, Prometeo roba el fuego. Pero claro, si ya están viciados por el engaño, ¿para qué irá a utilizar el fuego del saber el ser humano, sino para nuevas y versátiles formas de lucha y sufrimiento? A Zeus no le queda otra que borrar a la raza humana con el diluvio, ya conoce la historia por las otras edades del hombre. Es como la sociedad que surge de Caín... tiene que ser purificada (con agua). En ambos casos, el diluvio.
De todos los valores del fuego que el mito griego despliega, el relato consigue que el ser humano reinicie su historia a partir de Hestia: el fuego del hogar. Deucalión y Pirra, los regeneradores de la humanidad, marcan ese nuevo inicio. Sin embargo, una vez más los valores causa-efecto están invertidos (como Hiperión con Helio): el fuego del hogar es el origen y la perversión viene después, pero en el relato (¿o es en la realidad?) se parte de una situación perversa aspirando a alcanzar la concordia.
Así, vemos cómo Prometeo representa los defectos del hijo, mientras que los castigos de Zeus demuestran la sabiduría del padre. Veámoslo ahora desde el punto de vista del hijo.
Es mucho más simple. El hijo rompe con la ley del padre. Como Crono con Urano, como Zeus con Crono, como tantos héroes: Perseo, Teseo, Edipo... El resultado es una nueva manera de pensar, que para la ley antigua supone una destrucción y para las leyes nuevas serán un nuevo padre para destruir.
Pero no seamos simplistas. Prometeo no ve en los castigos del padre un capricho vengativo (como lo interpretan, sin duda, los hijos mortales). Prometeo sabe (su nombre es “previsor” o “por delante del dios”) que sus actos conllevarán fatales consecuencias. Aún así actúa por amor a su creación. Prometeo es el padre que ama a sus hijos, ama la posición de hijo, desea que su hijo sea libre. Por tanto, le da la posibilidad de pecar, le da la vivencia del castigo, de comprender la ley y la destrucción. En definitiva, permite que se comprenda la ley, no sólo que exista, sino que se ejecute, no como un significado (variable) sino como función.
No olvidemos que todos los intentos de crear una humanidad habían sido un fracaso. La Edad de Oro de Crono no era humana, era el paraíso del instante. Las sucesivas edades de Zeus fracasaron porque la ley se cumplía irremediablemente, destruyendo los sujetos, no eran sujetos libres. Sólo en la creación de Prometeo, la rebeldía a la ley permite superarla, imponer nuevas leyes, y dar lugar a sujetos libres, en el constante fuego creador y destructor.
(Diciembre. 2011)
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