miércoles, 9 de julio de 2014

El regalo de los griegos

Si Laocoonte es la cultura griega misma y nosotros somos sus hijos, ¿de qué manera nosotros nos debatimos en ese mismo proceso educativo? ¿Grecia está siendo un buen padre para nosotros? Eso podrían preguntarse los intelectuales del Helenismo, y esto podemos preguntarnos nosotros, en este prolongado Helenismo que es la cultura occidental. ¿Qué es Grecia para nosotros? ¿Son las serpientes, y nosotros los ingenuos troyanos que como Laocoonte quieren ser servidores de Apolo y Afrodita a un tiempo? ¿Es Grecia un sufrido Laocoonte, incapaz de asumir bien el intelecto engañador que ve en Atenea?
Podemos empezar observándolo desde el punto de vista de Laocoonte. Grecia ha entrado en nosotros con su caballo de ciencia y ha destruido nuestra ingenuidad. La razón iluminadora y clarividente de Apolo ha sido invadida por el intelecto materialista, propio de Atenea,. De hecho, el caballo es también símbolo de Poseidón (ambos asociados a  Atenas), un dios preferentemente castigador, y relacionado con el miedo y los monstruos marinos, que un pueblo naval como el griego ha de aplacar constantemente. Robert Graves interpreta la guerra de Troya como una lucha entre Poseidón y Afrodita, dos dioses marinos, y sería un nuevo ejemplo de la sucesión de una sociedad matriarcal por otra patriarcal.
Las voces que claman recriminando el gran patriarcado que ha sido la cultura occidental, y también los que se quejan del exceso de orgullo del positivismo científico, del escepticismo tiránico, del materialismo, todos ellos se encontrarán luchando en la misma posición que Laocoonte; pero el Laocoonte de esta misma estatua. Estaríamos así asfixiados por el propio perfeccionismo de la escultura. Nuestra misma esencia serían las serpientes que no sólo martirizan al hombre, sino que lo esculpen dotándolos de una perfección sobrehumana. Y seríamos los protagonistas-testigos de esa trágica labor de modelado.
Ahora bien, no olvidemos que Laocoonte es castigado por sus propios pecados y por eso cayó Troya. El caballo de Troya es el reflejo de la propia falsedad de Laocoonte. Si realmente se hubieran separado los valores de Apolo y Afrodita (castidad), sí podrían haber interpretado bien el engaño de los griegos, y la ciudad se habría salvado. Es precisamente el caballo (Atenea, el intelecto, la razón práctica) lo que permite esa doble naturaleza (sensual y espiritual). Sin embargo las consecuencias son terribles: la ciudad es destruida. El intelecto desplaza al goce, a la sexualidad, pero también desplaza a la verdadera sabiduría (Apolo).
Tal vez, en la estructura nuclear del grupo de Laocoonte se perciba también el jugo simbólico que suponen estos tres dioses en el mito: Apolo como eje de balanza entre Afrodita y Atenea. Se corresponde con Laocoonte haciendo de balanza entre sus dos hijos. Uno de ellos parece sucumbir al empuje de las serpientes y otro parece poder escapar aún. Estos dos hijos podrían ser los dos instintos del sacerdote: su inconsciente (sexual - Afrodita) y su consciente (intelectual - Atenea). Quién es quién, eso es más difícil de decidir. Sí podríamos otorgar un componente sexual a las serpientes, pero también en lo sexual-inconsciente se encuentra la verdad del ser; todo esto ya lo hemos explicado.
La mirada a los cielos del padre está acorde con esa mirada a Apolo. Es Apolo quien castiga, quien dicta aquí la ley, quien manda las serpientes. Apolo es defensor de Troya, pero también es quien acaba propiciando su destrucción. Para acceder al altar de Apolo hay que pagar un precio. El legado de los griegos nos permite escabullir ese precio y vivir como ingenuos troyanos, como vivió Laocoonte. Pero la debilidad de Laocoonte la heredan sus hijos y de manera creciente los hijos de sus hijos, hasta llegar a la perdición de la ciudad entera. El debate entre el progreso y la decadencia. He ahí una interpretación de la evolución de Occidente.
No olvidemos, sin embargo, que todo ha sucedido ya. Troya  ha caído. Ya estamos inmersos en ese doble juego del intelecto. Ya estamos en esa lucha intergeneracional deteriorándonos por el empuje creciente de los errores que se acumulan desde el pasado. Y en esa lucha individual por escapar, por zafarnos y encontrar la salvación. Así lo dicta el mito. El pecado original ya ha sido, y es imposible no pagar el precio de Laocoonte.

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