La tragedia de Laocoonte es semejante a la de Casandra. Él comprende la verdad, pero nadie lo comprende a él. La muerte de sus hijos es una imagen narrativa de ese sentimiento. El sabio ha de contemplar impotente como el mundo persiste en su inconsciente ebullición, sin poder hacer nada por evitarlo.
El padre, desde su posición generacional, el hombre sabio desde su saber, conoce el futuro de sus hijos. Ve las consecuencias de sus errores, pero no puede evitar que los cometan. Ha de dejar que cada uno viva su lucha con las serpientes. En esta escultura, cada uno lucha por separado. Es el juego de miradas el que los une. Los hijos miran al padre, y el padre mira a los dioses. Cada uno busca en el otro la sabiduría con que afrontar el trance amargo entre las serpientes.
En todos ellos parece brillar la amargura de la incomprensión. Sólo las serpientes parecen decididas e implacables. En los humanos de esta escultura predomina el miedo y la incertidumbre. Ni siquiera podemos reconocer en ellos una certeza de derrota o una asunción de muerte. Muchos perciben en ellos algo no humano, algo desmedido, imposible. Realmente esto es la incomprensión.
Esta escultura podría ilustrar la idea del “malestar en la cultura” desarrollada por Freud. Existe una ley, que se impone y evoluciona en la civilización, arrastrando a los hombres hasta posiciones más elevadas. Pero, en su mayoría, quieren mantenerse en el mismo lugar que ya conocen, en el que se sienten seguros, en el que gozan. No entienden una cultura que corta su goce, no quieren participar de ella.
Si los troyanos hubieran escuchado a Laocoonte, Troya se habría salvado, habría vencido. Es como decir: si el ser humano escuchara podría salvarse. Las serpientes griegas acosan sin piedad, como por ley, y el ser humano busca una señal que le permita salvarse. ¿Y si esa señal fuera llegar a comprender la ley de las serpientes?
El padre, desde su posición generacional, el hombre sabio desde su saber, conoce el futuro de sus hijos. Ve las consecuencias de sus errores, pero no puede evitar que los cometan. Ha de dejar que cada uno viva su lucha con las serpientes. En esta escultura, cada uno lucha por separado. Es el juego de miradas el que los une. Los hijos miran al padre, y el padre mira a los dioses. Cada uno busca en el otro la sabiduría con que afrontar el trance amargo entre las serpientes.
En todos ellos parece brillar la amargura de la incomprensión. Sólo las serpientes parecen decididas e implacables. En los humanos de esta escultura predomina el miedo y la incertidumbre. Ni siquiera podemos reconocer en ellos una certeza de derrota o una asunción de muerte. Muchos perciben en ellos algo no humano, algo desmedido, imposible. Realmente esto es la incomprensión.
Esta escultura podría ilustrar la idea del “malestar en la cultura” desarrollada por Freud. Existe una ley, que se impone y evoluciona en la civilización, arrastrando a los hombres hasta posiciones más elevadas. Pero, en su mayoría, quieren mantenerse en el mismo lugar que ya conocen, en el que se sienten seguros, en el que gozan. No entienden una cultura que corta su goce, no quieren participar de ella.
Si los troyanos hubieran escuchado a Laocoonte, Troya se habría salvado, habría vencido. Es como decir: si el ser humano escuchara podría salvarse. Las serpientes griegas acosan sin piedad, como por ley, y el ser humano busca una señal que le permita salvarse. ¿Y si esa señal fuera llegar a comprender la ley de las serpientes?
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