lunes, 7 de julio de 2014

LAOCOONTE Y SUS HIJOS: La profecía castigada por los dioses

Los dioses hablan a los hombres a través de los sueños. Los hombres hablan de su inconsciente a través de los dioses. Dos son las interpretaciones del castigo de Laocoonte: una,  invalidar la profecía; otra, castigar el incumplimiento del celibato que Apolo exigía a sus sacerdotes. ¿Por qué se unen ambas ideas en este castigo?
¿Por qué Troya ha de caer? Ha de ser así, ese parece ser el mensaje de los dioses. Si Laocoonte hubiera sido fiel a la ley de Apolo, Troya se hubiese salvado. Se cumple la ley de una manera trágica. Los hijos de Laocoonte son destruidos y Troya consigo. Esto nos recuerda a la historia del pecado original. Troya, protegida por Afrodita, Ares y Apolo, sería la ciudad infantil del paraíso.
El castigo de Laocoonte arrastra a la ciudad. El pecado del padre condena a los hijos. Laocoonte reconoce su propio pecado en el caballo de madera, por eso reconoce el engaño. Su fe no es sincera, y la falsedad de su saber no es inocua. No parece posible conocer las verdades de los dioses y al mismo tiempo gozar de los ingenuos placeres del paraíso (de ahí la idea del celibato), porque el lenguaje de lo verdadero quedaría desvirtuado por lo que son ilusiones mundanas.
Así podemos verlo en esta escultura. Lo humano es una lucha trágica (o cómica, según se mire). Son las serpientes las que imponen su ley con naturalidad. Los rasgos humanos son aquí tan extremos que no parecen creíbles. Las serpientes, que son ideas, símbolos, se aceptan mejor. Las miradas, que carecen de materia, se entienden mejor. El grupo del Laocoonte expresa muy bien esa visión griega del mundo, reforzada por la iconografía platónica del Helenismo: el hombre, prisionero en el mundo de lo corporal, lo material, sufre por salvar su alma y devolverla a la trascendencia de las Ideas.
Su inconsciente lo divide y lo desgarra constantemente pues es contradictorio. Como Laocoonte, se debate entre varias leyes, varios deseos, varias serpientes (obsérvese el juego citado con la visión de los genitales y las perspectivas). El deseo de trascendencia es incompatible con el deseo del paraíso. Decantarse por uno supone ser castigado por el inconsciente. Es decir, la guerra de Troya es inevitable.
Y si consideramos que Troya es la ciudad del paraíso perdido (robado, como Helena), en ese caso es inevitable que Troya caiga. Los griegos conquistan el paraíso, pero lo destruyen. La civilización se impone. Para bien y para mal, el mundo antiguo, inocente, incestuoso, sincero, se pierde. Los niños han de ser educados.

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